Algo que leí hoy me recordó a cuando jugaba de pequeño en el
patio de mi colegio. Iba yo a la mía con mis amigos, y de pronto se nos
acercaba el metomentodo de turno y nos intentaba poner en contra de alguien
porque si.
El peticionario en cuestión recababa apoyos y promesas de
odio hacia su victima por donde pasaba. Era el momento de tomar partido y
elegir en que bando estabas, el de los vencedores, o el de los pringaos.
Recuerdo que este tipo de juegos me resbalaban bastante, y
que, por eso mismo, más de una vez años después, en mi temprana adolescencia,
acabé pagando el pato por otros. Sin embargo, y curiosamente, tras aquella
época terminé desarrollando un sentido del “honor hacia terceros” que me ha
acompañado desde entonces.
Me explico: si se la haces a un amig@ mío, lo siento, pero
me caerás mal durante mucho tiempo, y haré lo que pueda por no herir los
sentimientos de mi amig@ alejándome de ti.
Seguramente pensarás que hago mal, que no es una manera inteligente
de relacionarse, o me podrías argumentar que lo que en realidad consigo es
alimentar una forma de rencor. Yo también lo creo así a veces, aunque no pueda
evitar seguir actuando de esa manera. Sobre todo lo he meditado estos últimos
años, que me han hecho aprender lo difícil que es encontrar amigos de
verdad.
Es el problema de ser más serio por dentro de lo que se
aparenta por fuera. Ser superficial me resulta cada vez más difícil. Puedo ser
tonto, alocado o impulsivo, pero superficial… puedo llegar a aparentarlo, pero
poco más, mi conciencia no me permite llegar más allá, prefiero ser yo mismo y
aceptar las consecuencias. Y admito que tuve que aprender las reglas del juego
y proyectar el suficiente cinismo durante un tiempo para poder sobrevivir al
entorno que me rodeaba en Madrid desde mi llegada en el 97 hasta que cumplí los
40, diez años después, pero no hay nada como cumplirlos, se le quitan a uno las
tonterías de la cabeza.
Mi crisis de los 40 se limitó a esa única decisión: eliminar
de mi vida todas mis relaciones superficiales y dedicarme a cuidar con mimo a
quienes me hubiesen demostrado su cariño en lo bueno y lo malo.
Como adivinarás, me quedé con muy poco. Pero la alegría que
me han proporcionado los que quedaron y los que aparecieron después no tiene
precio.
El problema son las expectativas. En cualquier tipo de
relación, hablo por mi, uno se ilusiona y espera dar lo mejor de si mismo, a
cambio de una reciprocidad.
Pasa el tiempo y te das cuenta de que esto solo funciona con
muy pocas personas. Lo más normal es que tu des, y acabes recibiendo, pero de
otra forma.
La solución es bien sencilla: hay que enfocarse en quienes
quedan, y relativizar lo demás. Como me dijo un amigo hace muchos años: quien
te busque ya te encontrará, o como lo traduzco yo: ¿para qué acudir a una
fiesta a la que no me han invitado?
2 comentarios:
Me sorprende el relato de estas reflexiones sobre un tema tan importante. Pienso lo mismo y he pasado por el mismo proceso, también pasados los 40, y también me he quedado con muy poca gente y soy muy exigente con personas nuevas que puedan entrar en mi vida. Cuido al máximo a quien tengo y siento que ellos me cuidan a mi. Un abrazo Juan y gracias por recordármelo. Sienta bien de vez en cuando mirarse en un «espejo».
Gracias a ti por escribir. Es un tema puntilloso, pero me apetecía compartirlo.
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