A Pedro le gustan los sábados
porque le dejan dormir la siesta tranquilo después de la comida. Elena, su
pareja, pasará toda la tarde ensayando como cada sábado con su grupo de teatro,
y él tendrá para si solo todo el sofá de su salón.
Terminaron de
comer, se despidieron con un beso, y Pedro se durmió profundamente tumbado en
el sofá frente a la tele encendida. No se inmutó hasta que oyó la llave girar
la cerradura de su puerta a eso de las ocho de la tarde.
–– Despierta
grandullón –– se anunció Elena desde el recibidor –– tenemos que arreglarnos
para ir a cenar, he quedado con Lucia y Juan.
Pedro abrió un
ojo y lentamente se desperezó. No le apetecía mucho levantarse y gruñó un poco,
pero Elena no le hizo caso, se metió directamente al baño.
Finalmente se
incorporó y, tambaleándose, caminó unos pasos hasta la cocina, necesitaba un
café. Pulsó el botón de encendido de la cafetera, pero descubrió fastidiado que
no funcionaba.
–– ¡Chiqui, la
cafetera se ha vuelto a estropear! - le gritó a Elena.
No le gustaban
esas cafeteras modernas, ya se lo advirtió a ella cuando fueron a comprarla al
Corte Inglés. Mucho botón sensible al tacto, mucho plástico, muy de diseño,
pero se estropeaban con solo mirarlas.
Decidió
encender un pitillo. Se sacó uno de la camisa y se apoyó en la encimera a
fumárselo tranquilamente mientras Elena terminaba en el baño.
La puerta del
baño se abrió unos instantes y Elena asomó la cabeza.
–– ¡Pedro! ¿Te
has levantado ya? Mira que volveremos a llegar tarde.
Pedro suspiró
y le respondió.
–– Ya voooy,
deja que me termine el cigarro tranquilo.
Tenía mal
despertar, los dos lo sabían. Era lo único malo de sus siestas, necesitaba el
maldito café para reaccionar y volver a ser él mismo.
Se lo tomó con
calma y disfrutó el cigarro calada a calada, intentando relajarse y no pensar
en nada.
Volvió a
escuchar la puerta del baño y a Elena dirigirse al salón.
–– ¿Pero qué
haces? ¿Aún estás ahí? –– la escuchó exclamar.
Pedro pulsó
apresuradamente el botón del grifo para apagar la colilla pero tampoco
funcionaba. Maldijo su suerte y se encaminó al salón en busca de su cenicero.
–– Ahora
tampoco funciona el grifo de la cocina, vaya...
Un grito
desgarrado le interrumpió, supo al instante que era Elena y corrió lo que le
quedaba de pasillo.
Al llegar al
salón vio a Elena arrodillada frente al sofá. Había alguien tumbado en él, y
ella se tapaba la cara con las manos.
Asustado, se
acerco para ver quien era.
Era él.
1 comentario:
Muy bueno, me gusta.
Publicar un comentario