Hoy quiero compartir con vosotros un relato breve que
escribí hace un tiempo, espero que os guste. Empieza así:
Comida… que hambre tengo.
Sexo… me pica todo.
¿Donde estoy?
Todo es enorme, altas paredes blancas que se interrumpen
aquí y allá por huecos desde donde sobresalen objetos y máquinas gigantescas.
Uno de los huecos tiene en medio una plancha de acero
pulido. Me acerco cuidadosamente a mirar. Resulta fría al tacto, pero algo
vibra en su interior y me pongo temblar. Me alejo un poco por si acaso.
Hay una rendija entre la plancha y la madera. Intento
meterme a mirar en la holgura de la ranura pero es imposible, no consigo que se
ensanche, debe pesar una tonelada.
Comida.
Sexo.
Atención… debo estar alerta.
No se que me pasa, soy incapaz de concentrarme en ningún
objeto más allá de unos instantes. Algo me empuja a estar pendiente de todo lo
que me rodea, es como si mis sentidos se hubiesen amplificado.
¿Me habrán drogado?
Lo último que recuerdo es una cegadora luz blanca. Después
todo son secuencias sin sentido. Instantáneas que me sirven más como mapa que
como explicación coherente.
Olor…
Mi sentido del olfato está acentuadísimo. Acabo de localizar
algo en la otra esquina de la estancia. Voy corriendo hacia allí pero algo me
golpea en la cabeza. Hay barrotes. Debe de ser algún tipo de jaula. Que suerte
que todo sea tan grande, me puedo colar entre los barrotes.
Pan. Unas migas sueltas.
Que hambre tengo.
¿Cuánto tiempo llevo sin comer? No lo recuerdo. Solo se que
alguien me dejó aquí. ¿Cómo era?
Enorme.
Es verdad, era algún tipo de gigante. Pero el recuerdo es
confortable. Siento gratitud al recordarlo. Aunque recordar no es la palabra
adecuada, pues no consigo formar ningún tipo de imagen en mi cabeza. Solo la
sensación.
Alguien me llama
"¡Lupe! venga, ¡vamos a la calle!"
Y me escuché ladrar.
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