Estoy volando.
Es verdad, por fin lo he conseguido.
Noto el aire aletear a mi alrededor. Me arqueo y lo siento
abrazándome. Me extiendo un poco más y miro hacia los lados.
No es como en mis sueños. En ellos caigo y caigo desde un gran
precipicio y justo cuando voy a llegar al suelo me despierto.
Pero no estoy soñando, esta vez es real.
Y el tiempo va muy lento, se quedó atrás en la azotea.
A un lado y al otro la ciudad parece querer engullirme, pero
esta vez escaparé, se que lo conseguiré.
Me preparo para dar el impulso definitivo, pero apuro hasta
el último segundo. Quiero sentir la emoción de planear pero cuando llegue el
momento.
Hasta entonces solo quiero caer, y que el aire me abrace.
Me parece escuchar música, me dejo llevar por ella, pero
parece lo contrario, que ella se deja llevar por mi.
Crescendo, los
violines suben, los tambores resuenan. Ha llegado el momento, el suelo se
acerca y mis fosas nasales se llenan de oxígeno.
Una señora me mira y me señala, yo la sonrío por dentro, no
sabe de lo que soy capaz.
Cierro los ojos, quiero sentir el momento, la música crece y
me envuelve, lo voy a conseguir.
Se hace un breve silencio, todo se vuelve calmo y una aguda
nota surca el horizonte de mi mente.
Abro los ojos y sigo volando, planeando a pocos metros de
los coches. Siento la corriente de aire abrazarme y navego sobre ella cogiendo
velocidad.
Quiero ir más rápido, estiro mi cuerpo e imagino que soy una
flecha. Me deslizo veloz, y andanadas de felicidad inundan mi pecho.
Al fondo, el mar.
Y mis compañeras, las gaviotas.