El problema de las fantasías es que, en la mayoría de los
casos, cuando se hacen realidad resultan decepcionantes.
Una situación, imaginada anticipadamente, puede resultarnos
excitante, trascendente, necesaria. Algo en tu interior te impulsa a hacerla
realidad porque piensas que de esa manera alcanzarás un nuevo estadio de tu
evolución personal.
Pero me parece curioso que la mayoría de las veces, al
hacerse realidad, resulte en realidad vulgar, innecesaria o decepcionante.
¿Es la fantasía un recurso de nuestro subconsciente?
¿Nos ponemos en esta situación para probarnos, o para obligarnos
a aprender?
Si esto fuese así, la teoría de la auto-conspiración, esa
voz interna que de vez en cuando boicotea nuestras ilusiones, resultaría
contradictoria con el estado de las cosas.
¿Si las casualidades no existen, quién las provoca?
Desear es una herramienta poderosa, pero ¿por qué cuando se
cumplen nuestros deseos terminamos sospechando que alguien nos la ha estado
jugando para que deseásemos justo eso?
¿Nació en este tipo de fenómenos la figura del diablo?
¿El arquetipo de la tentación?
Igual nos es más fácil culpar finalmente a un ser extraño y
poderoso antes de afrontar que somos nosotros mismos, nuestro yo superior (subconsciente),
el que recuerda, quien en realidad nos pone estos eventos en el camino.
Pero, de ser así, ¿dónde está la lección?
¿La hay?
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